El triunfo de la “bollera travesti superfem”: cómo Chappell Roan reescribió las reglas del pop

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El triunfo de la “bollera travesti superfem”: cómo Chappell Roan reescribió las reglas del pop

El triunfo de la “bollera travesti superfem”: cómo Chappell Roan reescribió las reglas del pop

Basta con mirar alrededor para encontrar su melena roja, su falsete imposible y su teatralidad descarada donde uno menos los espera: hace un año que Chappell Roan está en todas partes. Desde su glorioso verano de 2024, cuando pasó de ser una perfecta desconocida a la nueva sensación del pop mundial, su voz ya no suena solo en radios universitarias y marchas del orgullo lésbico. Se escucha también en el hilo musical de supermercados o en el primer episodio de la nueva temporada de And Just Like That. Este sábado lo hará también en Barcelona, como cabeza de cartel del Primavera Sound, en su único concierto en España —el de contratación más laboriosa de todo el festival, según sus responsables— y el primero de los trece que ofrecerá en Europa este verano.

¿Cómo explicar el éxito de esta joven de 26 años que, hace apenas cinco, seguía trabajando en una tienda de dónuts en Los Ángeles, dispuesta a claudicar del mundo de la música? Primero están sus canciones: relatos de desamor lésbico no correspondido, himnos queer empapados de sintetizadores y estribillos arrebatadores cantados en agudos dignos de Kate Bush, como Good Luck, Babe!, su mayor éxito hasta la fecha, con más de 1.500 millones de reproducciones en Spotify. Y luego está su estética, igual de exuberante, que bebe de la performance y de la cultura drag. Chappell Roan no solo canta, se transforma. Encima del escenario, con una feminidad rayana en la parodia, encarna como pocos artistas las tesis de Judith Butler sobre el género como puesta en escena, llevando a la cultura mainstream asuntos que hasta hace poco parecían reservados al ensayo académico.

“Pertenece a una generación que ha crecido con el devenir pop de la cultura travesti, marcada por RuPaul’s Drag Race y la normalización de la estética queer”, señala el filósofo Paul B. Preciado. “Entiende que la feminidad y la masculinidad son códigos culturales construidos teatralmente, que pueden ser descontextualizados, citados y reorganizados. Roan es una gran trituradora y mezcladora de códigos de género. Combina lo trash y lo punk con un montón de maquillaje y purpurina. Encarna a la vez una versión femenina de Boy George y se presenta como la hija de Sasha Colby y Violet Chachki, dos estrellas del drag, al tiempo que se afirma como lesbiana”, dice Preciado, que la califica como “bollera travesti superfem”.

Paul B. Preciado: “Entiende que la feminidad y la masculinidad están construidos teatralmente y pueden ser descontextualizados y reorganizados”

Para Preciado, Roan no inventa nada nuevo: visibiliza “una teatralización hiperbólica de la feminidad” que siempre existió en los márgenes, de los cabarets underground al universo drag. Su mérito es llevarla, sin filtros, al corazón del pop comercial. “Quizás el único problema es que esa estética se ha convertido en un código reapropiable y comercializable sin límites, mientras que las vidas de las personas trans y travestis siguen amenazadas”, matiza Preciado. “Por eso me interesa la posición de Roan: es consciente de dónde vienen esos códigos y de su importancia política”.

Las vidas estadounidenses no tienen segundo acto, escribió F. Scott Fitzgerald. Se equivocaba: la de Chappell Roan ya ha tenido al menos tres, pese a encontrarse solo en el ecuador de la veintena. De adolescente incomprendida de Misuri a promesa frustrada del pop, y de artista independiente en caída libre a icono queer global en tiempo récord, Kayleigh Rose Amstutz empezó a componer a los 12 años para evadirse del entorno cristiano y conservador de las montañas Ozark, donde creció en un pueblo de 6.000 habitantes. A los 17, firmó con el prestigioso sello Atlantic y adoptó su nombre artístico en homenaje a su abuelo, Dennis K. Chappell, cuya canción favorita era The Strawberry Roan, clásico del country. Sus temas introspectivos y melancólicos no tuvieron respuesta, por lo que decidió dar un giro hacia un pop todavía agridulce, pero más festivo.

En 2018 escribió el primer paso hacia su reinvención: Pink Pony Club, contagiosa canción sobre una chica de pueblo que se encuentra a sí misma al convertirse en stripper en West Hollywood. La lanzó cuatro años más tarde sin demasiado éxito, lo que motivó su despido de la discográfica, a la vez que ponía fin a la una larga relación (con un hombre) y le diagnosticaban un trastorno bipolar. Volvió a Misuri y trabajó como camarera y niñera, hasta que decidió regresar a Los Ángeles para darse una última oportunidad con el álbum The Rise and Fall of a Midwest Princess junto al productor Daniel Nigro, artífice del éxito de Olivia Rodrigo (Roan fue su telonera en 2024).

Chappell Roan, retratada en la Met Gala, el 5 de mayo de 2025 en Nueva York.
Chappell Roan, retratada en la Met Gala, el 5 de mayo de 2025 en Nueva York.Taylor Hill (Getty Images)

De forma inesperada, tras años de rechazos, su música cuajó. No fue suerte: fue un punto de inflexión cultural para el que ella ya estaba preparada. Tenía a punto un personaje más definido, una larga serie de temazos ya escritos y letras que hablaban sin rodeos de su deseo. Tras actuaciones memorables en festivales como Coachella, Lollapalooza o Governors Ball, en agosto pasado su álbum, que había lanzado un año antes, alcanzó el número dos en las listas de EE UU, solo por detrás de The Tortured Poets Department, de Taylor Swift.

Entre el artificio y la verdad, Roan encuentra inspiración en figuras como Cindy Sherman, la legendaria artista que ha hecho de la transformación y la identidad performática el eje de toda su obra. Conocida por autorretratarse en mil versiones y disfraces, Sherman lleva décadas explorando, como Roan, el yo como construcción escénica. “No conozco bien su música, pero sí su estética, y me parece fascinante. La admiro por lanzarse sin miedo, por ser siempre ella misma con toda su rareza”, afirma Sherman desde su estudio en Nueva York. “Es valiente y da la impresión de que tiene una idea muy clara de lo que hace. Hay algo circense en su propuesta, propio de un payaso. Ha creado un personaje definido, con una imagen muy coherente. Me encantaría verla romper un poco con eso. Tiene potencial para llevarlo aún más lejos”.

La imagen del bufón o el arlequín, tan usada en el pop para expresar la alienación y la fragilidad del artista, ya fue utilizada por otros dos referentes de Roan: David Bowie, convertido en Pierrot en Ashes to Ashes, o Lady Gaga, payaso triste en la iconografía de su disco Artpop.

Samantha Hudson: “Es una bocanada de aire fresco, sáfico y travesti en mitad de una escena asfixiada por la homogeneidad de las narrativas heterosexuales”

El precio de la fama ha sido alto. En los últimos meses, Roan se ha enfrentado al agotamiento mental y a una presión pública asfixiante. La cantante ha hablado abiertamente de su salud mental: “Voy a terapia dos veces por semana. La semana pasada fui a un psiquiatra porque no sabía qué me pasaba. Me diagnosticó depresión severa, aunque yo no me sentía triste, pese a que tuviera todos los síntomas”, expresó a finales de 2024. Poco antes, en la alfombra roja de los premios VMA, respondió a gritos a un fotógrafo que la increpaba, y denunció el comportamiento invasivo de algunos fans, que consideró “muy anormal”.

También ha tomado distancia respecto al poder. En junio pasado, vestida de Estatua de la Libertad en un festival neoyorquino, confesó que había rechazado cantar en la Casa Blanca de Joe Biden y criticó su postura respecto a Palestina: “Queremos libertad, justicia y derechos para todos. Cuando eso ocurra, entonces iré”.

La artista y performer Samantha Hudson observa en Roan una figura excepcional dentro del panorama pop. “Es quizás una de las pocas embajadoras de lo queer en el mainstream actual. Una bocanada de aire fresco, sáfico y travesti en mitad de una escena asfixiada por la homogeneidad de las narrativas heterosexuales”, afirma. “Ha sabido exprimir como pocas la teatralidad del transformismo. La máscara ha sido siempre una forma de explorar los horizontes de la identidad, y el espíritu de lo travesti reside en comprender que, a través de la hipérbole y la caricatura, una accede a una forma más pura de lo auténtico”.

Para Hudson, la relación de Roan con la cultura drag es evidente. “La actitud performática es indispensable sobre un escenario. No solo aporta valor artístico, también nos recuerda que lo cotidiano y la normatividad son, en el fondo, otro tipo de teatro”. Falsedad bien ensayada, estudiado simulacro: Chappell Roan para todos ustedes.

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